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Cambio climático y zonas costeras: cómo se preparan las comunas del litoral central ante el aumento del nivel del mar.

El impacto del cambio climático ya no es una advertencia futura, sino una realidad visible en muchas regiones del mundo. En Chile, las comunas del litoral central observan con preocupación el aumento del nivel del mar, la erosión de playas y los cambios en los ecosistemas costeros. Los municipios buscan adaptarse mediante planes locales y cooperación científica, mientras intentan equilibrar desarrollo urbano, turismo y protección ambiental. Este proceso de preparación frente al desafío del aumento del nivel del mar se asemeja, en cierta forma, a la manera en que las personas se adaptan a nuevos entornos digitales, como ocurre con los tragamonedas online, donde la estrategia y el conocimiento de las dinámicas del sistema son esenciales para enfrentar la incertidumbre y mantener el control.

El diagnóstico: un litoral en transformación

La costa central de Chile, que abarca comunas como Viña del Mar, Algarrobo, El Quisco, Cartagena o San Antonio, enfrenta una transformación acelerada. Los estudios del Ministerio del Medio Ambiente y de universidades locales muestran que la línea costera se ha desplazado varios metros en las últimas décadas. Este retroceso, producto de la erosión y del aumento gradual del nivel del mar, amenaza viviendas, infraestructura y zonas naturales.

El cambio climático no solo eleva el nivel del mar, sino que modifica la dinámica de las marejadas y la frecuencia de temporales. Esto provoca inundaciones más recurrentes, pérdida de playas y daños en los humedales que sirven como barreras naturales. Para las comunas, el reto es doble: mitigar los impactos a corto plazo y diseñar estrategias de adaptación sostenibles que aseguren la habitabilidad futura.

Factores que agravan la vulnerabilidad

El litoral central es una de las zonas más densamente pobladas del país. En temporada estival, las ciudades costeras reciben miles de visitantes, lo que multiplica la presión sobre el borde costero. La expansión inmobiliaria, la pavimentación de dunas y la deforestación de zonas de amortiguación natural han reducido la capacidad de respuesta del ecosistema frente a las variaciones del nivel del mar.

El cambio en las corrientes oceánicas, impulsado por el calentamiento global, también afecta la disponibilidad de nutrientes y altera las pesquerías locales. Esto genera un impacto económico que se suma al ambiental. Los pescadores artesanales, por ejemplo, enfrentan una disminución de recursos y mayores costos operativos debido a los cambios en los patrones del mar.

A nivel físico, la topografía del litoral central —con amplias playas bajas y acantilados en zonas urbanas— amplifica la exposición al riesgo. Los mapas de riesgo elaborados por la Oficina Nacional de Emergencia (ONEMI) señalan sectores críticos en ciudades como Concón y Santo Domingo, donde se proyecta que, hacia mediados de siglo, el mar podría avanzar varios metros sobre áreas hoy urbanizadas.

Estrategias locales de adaptación

Las comunas del litoral central han comenzado a incorporar el cambio climático en sus planes de desarrollo comunal. Algunas iniciativas se centran en la restauración ecológica de dunas y humedales, reconociendo su papel como barreras naturales frente a la erosión y las inundaciones. En El Tabo, por ejemplo, se implementaron programas de reforestación con especies nativas para reforzar los sistemas de contención.

Otras comunas han adoptado medidas más estructurales. En Viña del Mar y Concón se analizan obras de protección costera, como muros de contención o sistemas de drenaje mejorados. Sin embargo, estas soluciones requieren planificación cuidadosa para no alterar el equilibrio natural del litoral.

La educación comunitaria también cumple un papel esencial. Los municipios, con apoyo de universidades, desarrollan talleres y campañas para informar a los vecinos sobre los riesgos asociados al aumento del nivel del mar y las acciones que pueden tomar para reducirlos. Aunque estas iniciativas son recientes, apuntan a fortalecer la resiliencia social frente a un fenómeno de largo plazo.

Desafíos de coordinación institucional

Uno de los principales obstáculos para enfrentar el aumento del nivel del mar es la fragmentación institucional. Las competencias sobre el borde costero están repartidas entre ministerios, municipios y organismos sectoriales, lo que dificulta la implementación de políticas integrales.

Mientras el Ministerio del Medio Ambiente impulsa planes de adaptación al cambio climático, los municipios carecen a menudo de recursos técnicos y financieros para aplicarlos. La falta de una autoridad costera única genera superposición de proyectos y ausencia de una visión común. En algunos casos, obras de protección realizadas sin coordinación han agravado la erosión en sectores vecinos.

El debate sobre la creación de una “Política Nacional de Gestión Integrada del Borde Costero” busca justamente reducir esta fragmentación. Su objetivo es que las decisiones sobre urbanización, infraestructura y conservación se tomen con una mirada conjunta y a largo plazo, considerando los escenarios climáticos futuros.

Impactos sociales y económicos

El aumento del nivel del mar afecta no solo al medio ambiente, sino también a la economía local. Las playas son uno de los principales motores del turismo, y su reducción impacta directamente en los ingresos de hoteles, restaurantes y comercios. Comunas pequeñas, que dependen en gran medida del turismo estacional, se enfrentan a una amenaza a su estabilidad económica.

Por otra parte, las viviendas situadas cerca del borde costero ven disminuir su valor ante la posibilidad de inundaciones. Algunas familias ya han tenido que trasladarse, mientras los municipios buscan soluciones habitacionales seguras en zonas más altas.

El desafío social es grande: la adaptación requiere inversión pública, pero también consenso ciudadano. Reubicar viviendas o modificar el uso de terrenos implica decisiones difíciles y, a menudo, resistencia vecinal. En ese contexto, la planificación participativa se vuelve esencial para que las medidas sean sostenibles y cuenten con apoyo local.

Ciencia y tecnología al servicio de la adaptación

La colaboración entre instituciones académicas y gobiernos locales está generando avances importantes. Proyectos conjuntos han permitido instalar estaciones de monitoreo que miden marejadas, temperatura del mar y desplazamiento de la línea costera. Esta información resulta vital para diseñar planes urbanos más precisos.

Asimismo, el uso de tecnología satelital y modelaciones digitales permite simular distintos escenarios de aumento del nivel del mar. Con esos datos, las comunas pueden identificar zonas de riesgo y planificar obras o reasentamientos de manera más efectiva.

La ciencia también cumple un rol educativo: acercar la evidencia a la ciudadanía ayuda a transformar la percepción del cambio climático, que muchas veces se ve como un fenómeno distante, en una realidad local y urgente.

Mirada a largo plazo

Adaptarse al aumento del nivel del mar no es un proceso rápido. Implica repensar la relación entre las ciudades y su entorno natural. Las comunas del litoral central están comenzando a comprender que la planificación urbana debe alinearse con la dinámica costera, no oponerse a ella.

Las decisiones tomadas hoy definirán el paisaje y la seguridad de las futuras generaciones. Invertir en infraestructura resiliente, educación ambiental y protección de ecosistemas será clave para enfrentar un fenómeno que avanza lentamente, pero sin pausa.

El cambio climático ya está modificando el litoral central, y las comunas tienen la oportunidad de anticiparse. Si logran combinar ciencia, planificación y participación ciudadana, podrán construir una costa más segura, habitable y sostenible para los años que vienen.

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