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[Especial de Prensa: Reaching for Álvaro] Capítulo 3: ZAPATO HUACHO

Por Pablo León.

ZAPATO HUACHO

     A las 09.30 de la noche del martes, tras cruzar la reja metálica de la casa de Revo Marcelo en Santa Elena, Álvaro Peña me abrió la puerta. Su recibimiento no fue en nada diferente al que le da a uno una persona, familiar o amigo, que no se sorprende de que uno aparezca la noche de un martes, en la puerta de una casa cuyo anfitrión no está en ese momento. El perro de la casa se echó de espaldas en el umbral, con las patas para arriba como para que le hicieran cariño, y ALVARO soltó su carcajada característica. Me saludó y se dirigió a la mesa del salón. Tuve la sensación de que así era su vida siempre. Solitario en una casa muy grande. Esa casa era como el mundo, el mundo de hoy con su indiferencia. En esa ausencia envuelta en la noche, habitaba un músico vanguardista ya mayor de edad cuya original creatividad rimaba extrañamente con el salón vacío de ese hogar en el que él me saludó como si me conociera y luego, por una razón insignificante, se echara a reír. Con esa risa era posible espantar el horror del mundo y seguir viviendo.

Cuando apareció Revo Marcelo estábamos sentados a la mesa, y ALVARO contaba lo ajetreado que había sido ese día con un par de entrevistas en las que los periodistas entendían poco y nada de música y parecían interesarse todavía menos. Marcelo nos enseñó, en el computador, el teaser de la invitación al concierto en el Patio Volantín que el mismo Álvaro Peña aparecía haciendo en ese centro cultural. Lo enfocaban atravesando la calle, entrando a esa casa atestada de murales, bajando los peldaños del pequeño anfiteatro empotrado en la ladera del cerro. Quedé con la boca abierta dijo ALVARO, me encantó el lugar, con sus actividades realizadas a puro trueque de provisiones, lo oíamos comentar. Luego nos sentamos a beber una taza de té. Revo Marcelo puso algo de música, y ALVARO no tardó en desenfundar de su mochila la caja con sus discos para hablarnos de lo locos y calientes que los auditores de cierta radio parecen estar ahora con las últimas canciones que grabó antes de subirse al avión. Las 10 o 12 copias que había hecho él mismo ya no daban abasto para la demanda que su música, a esta altura, tiene en su país natal, que sin embargo dejó hace ya cerca de 40 años. Cuando teníamos 18 años, se puso a recordar, nosotros ya pensábamos en irnos de aquí, a cualquier lugar menos quedarnos en Chile, lo oía yo con cierta inquietud; hasta pensé en irme a Estados Unidos a trabajar lavando platos dijo; pero lavar platos en los Estados Unidos no es lo mismo que aquí se reía, allá hay que meter el brazo entero hasta el hombro, casi hay que meterse en la olla y lavarla desde adentro, seguía recordando divertido, explicando a su manera la diferencia radical que ya entonces mediaba entre nuestra cultura y la cultura del resto del mundo.

En eso estábamos cuando el té se nos vació de nuestras tazas y llegó la hora de ir a ensayar: afuera, en la noche de Valparaíso, Doctor 800XL se anunciaba con sus equipos y demás tecnología musical para ponerse todos a la tarea que los convocaba: ensayar el repertorio que Álvaro Peña presentaría el próximo viernes. La sala de ensayo albergó otra vez el sonido con que practicaron algunos clásicos y algunas de las canciones editadas en el álbum 70 AÑOS. Ahora era un computador el que llevaba el alto de las pistas, anexado a una batería digital que terminó de darle cuerpo a las versiones pensadas para la presentación. La batería digital percutió al final una versión rítmicamente interesante de El stress, que practicaron varias veces antes de llegar a un acuerdo y el bajo siguiera bien el tranco algo endiablado del tema. Lo repitieron mucho, hasta que ALVARO se cansó y sugirió que ellos lo ensayaran después. El stress no me deja morir dijo ALVARO antes de descansar sentado en un parlante, y ambos nos reímos de esa variación de la letra que parecía el colmo del stress. Después, avanzado el ensayo, condensó en una idea su manera de trabajar la música: no me gusta repetir mucho una canción sino hacerla una o dos veces y que quede como salga. Lo que sin duda no quería decir que su composición adolecía de ligereza, porque momentos antes había recordado que su concentración se enfocaba, como era natural en un cantautor, en hacer buenas letras y buenas melodías. Porque actualmente es muy difícil encontrar buenas letras y buenas melodías, y sin eso no era posible componer nada. La esencia de su música parecía descansar en una concreción tal, que una vez concebida, sólo era menester ejecutarla ‘sin darle muchas vueltas’, lo que era muy consecuente con el estilo de ALVARO.

Cuando todas las canciones consideradas para el ensayo habían sido tocadas, pulidas y matizadas, ALVARO sintió frío y pensó en ir a buscar su suéter. Además ya era tarde, hacia la medianoche, así que al rato bajamos a la casa en busca de pan y algo para echarle encima. Así fue que regresamos a la mesa del salón y allí nos quedamos conversando. A medida que me contaba de los últimos viajes que había hecho en Europa para presentarse en festivales, y que evocaba una que otra experiencia asimilada en el inmenso mundo de la música, supe o sentí que ese salón comedor, con Álvaro Peña hablando y uno escuchando, bien podía ser cualquier lugar del mundo al que uno hubiese llegado decidido a hacer de su existencia una constante aventura en torno a la música, ‘a ese bacilo que en un momento se te mete en el pecho y no te lo saca nadie’. El mundo podía estar en cualquier parte, en cualquier país con tal que uno estuviese dispuesto a pasar por todo y por lo que fuese. Aunque tampoco era cosa de viajar y de aceptar lo que sucediera, pareció querer decir ALVARO, recordando que a fines del 2014, con unos amigos y algunos de sus músicos hicieron un viaje por tierra desde Constanza hasta Paris, 8 horas de ida y 8 horas de vuelta para presentarse en un festival. Ya el frío invernal se había apoderado de Europa, ellos habían tenido que alojar en una casa en la que se acostaron en el suelo y casi no pudieron dormir del frío que hacía. Además uno de los músicos andaba con problemas de salud, y ALVARO tuvo que andar detrás del productor del evento para que les pagaran el día acordado. Y un amigo le dijo que cómo era posible que él tuviera que aguantar semejantes condiciones y contrariedades con la gente, él que era un músico respetado y conocido; pero ALVARO sólo se limitó a referirme la anécdota y no me dio ninguna solución al respecto. Simplemente había sido así. El mundo podía quedar en cualquier rincón del mundo con tal que uno mismo llevara parte de sí adonde fuera que estuviese. Lo indispensable, al final de un día de la semana, era poder saciar el hambre con un buen pan, que en Chile era el pan batido y en el resto del planeta cualquier pan hecho sin ningún tipo de grasa animal; es decir un buen trozo de legítimo BROWN LOAF. Y además bastante agua. Todo esto hacía posible conversar tranquilamente, carraspear y esperar la noche, que es la misma en cualquier lugar.

Con Revo Marcelo fuimos en auto a dejarlo a la casa en que se hospeda en el Paseo Atkinson. Le dije que quería aprovechar de comprarle un último disco, el ejemplar de un vinilo que se trajo de Santiago y que HUESO RECORDS ha rescatado, una pieza de su discografía que hasta ahora había estado perdida: REACHING FOR THE MASSES.

Con Revo Marcelo al volante salimos en auto pasada medianoche y atravesamos las calles iluminadas del plan que se tragaban la noche repetida en el asfalto. Ellos se fueron hablando de sus experiencias personales en el camino de la música; de los artistas chilenos anónimos y famosos que han corrido diversas suertes, y en cómo lo que parece ser el azar convierte la vida de un artista que supo ser fiel a su talento y perseverar. Ya encaramados en el Cerro Alegre, ALVARO dijo que cierta vez había escuchado decir a Johnny Cash algo que él mismo pensaba que era válido para su propia obra musical: Todas las casi 100 canciones que escribió Johnny Cash no eran para él sino la sucesiva variación de una sola canción. Eso dijo Johnny Cash y yo pienso que voy a decir lo mismo sobre mis canciones, dijo ALVARO antes de bajarse del auto.

Iban a ser las 01.00 de la madrugada cuando yo lo aguardaba en el antejardín a que volviera con mi copia de REACHING FOR THE MASSES. ¡Era la última copia que quedaba! Dijo ALVARO sorprendido; ¡qué increíble cómo se han ido los discos!, ya casi no me quedan… ¡los demás sonaron! Porque no tienen la decisión que ustedes tienen de querer quedarse con esto. Así nos despedimos, como si nada relevante hubiese acontecido. Yo me quedé hasta pasadas las 02.00 para enterarme de cómo era este trabajo de mediados de los 80’s que casi se pierde en un incendio para siempre.

Como de costumbre, un clásico reaparecía versionado esta vez con una banda de apoyo que aportaba una sonoridad de nostalgia y también de atrevimiento, gracias a los bronces: Tonteras, textura replicada en la bella y triste I’m not so Young anymore. Cumbia Konstanza, con el piano campeando libre por las apacibles praderas cercanas al lago, es un gracioso remake con aire autobiográfico del espíritu sudamericano que, desde un principio hasta ahora, no ha hecho otra cosa que sobreponerse al destino un poco ingrato de quien ha debido convertirse en viajero por no poder parar más que en ciudades distantes del primer hogar. Allí, ALVARO, con la técnica de parecer hacer algo con despreocupación, comenta: ¡qué bien toco el piano!

Si hay en este LP piezas de ésas en que uno, habituado a su música, espera hallar la cuota de novedad, de sorpresa y de toda emoción que parte de la más pura creatividad, estas piezas aquí son dos: Stop playing with me y Please do not adjust your set. La primera se inicia con la caída de una cortina que detrás de su apariencia de jazz promete un sueño inquietante. De ella nace una melodía cuya contraposición entre el piano y el bajo consigue un espíritu misterioso que atrapa, tanto más cuanto cae en un silencio que lo agranda y se repite, para que en cierto momento la melodía quede traspuesta nuevamente en la misma cortina del comienzo, volviendo así a la sucesión de las mismas imágenes, con la voz de ALVARO encima, llorando una nueva desilusión. Todo para volver al bajo y al piano, de los que no se pareciera poder salir.

Pero Please do not adjust your set es de esas composiciones con las que uno se pregunta cómo pudo su autor conjugar tan bien el consejo rupturista del título del tema (Por favor no arregle su equipo) con esa batería que sigue al piano, pero como en desorden, desfasada y que logra emular rítmicamente una pantalla de televisión que no puede quedarse fija, porque la señal es imposible de precisarse y lo que se ve es un caos que apenas queda registrado, pero a tropiezos. Y tras cada intento de arreglar el televisor, la voz de ALVARO dando una nueva razón para no hacerlo. Y todo solamente para que la señal se caiga otra vez y vuelva el desfase de la batería persiguiendo al piano. Hasta que al final, como en una coda en la que se hiciera explícito el consejo que, por lo visto, la música no pudo comunicar al auditor, ALVARO repite, esta vez hasta descalzarse del ritmo como si no quedara más que tirar la cadena o sacar el tapón de la bañera de la cordura: Please do not adjust your set.

El Relax y Nada son temas basados en ejercicios rítmicos, melódicos y poéticos que ahondan en la sugerencia en torno a la cual gira la idea extravagante de una peineta arpegiada con los dientes (como una tabla hindú), o del monólogo del desasosiego interior que, pese a todos los esfuerzos, siempre reaparece porque sabe que puede conjurarse con la poesía de un par de palabras que, una vez dichas, pueden desarmarse y cambiarse, creando la magia del juego del lenguaje que, no obstante, sabe que no puede, en un momento apenas fugaz, torcerle el brazo a la vida: Nada. Tratar de conjurar la Nada es la única forma de enfrentarla.

Apenas comienzo a digerir el sólido de una propuesta cuya música, en su estética marginal, apuesta llegar a las masas porque sabe que ha sido creada desde el fondo de un corazón que viene de vuelta de la soledad y ha conseguido escucharse a sí mismo en su único latido.

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