[Opinión] COP27: pros y contras
Por el Dr. Nelson A. Lagos, director del Centro de Investigación e Innovación para el Cambio Climático – CIICC, de la Universidad Santo Tomás.
Las pérdidas y daños se refieren a aspectos nocivos, tanto físicos como mentales, que ocurren en el territorio y que afectan a sus habitantes, quienes no están preparados para enfrentar los golpes del clima ni tampoco pueden modificar su forma de vida para adaptarse a los cambios de largo plazo. En Chile, estos impactos los conocemos bien y ocurren en la forma de eventos extremos como inundaciones, aluviones u olas de calor; o aquellos más lentos como la megasequía que afecta a gran parte del país desde hace unas décadas. Es claro que las pérdidas de hogares e infraestructura pueden medirse en términos financieros. Sin embargo y arrastradas por estos impactos, siempre persisten otras perdidas difíciles de cuantificar y que se traducen en aspectos familiares, culturales, y sentido de pertenencia a una tierra que ya no será habitable. De esta manera, las pérdidas y daños tienen una profunda expresión en las dimensiones humanas del impacto de cambio climático, razón por la cual es sumamente relevante que comiencen a ser parte de las negociaciones de las futuras Conferencias de la Partes (COP). En la recientemente finalizada COP27, Chile y Alemania tuvieron un importante rol en la materia, incorporando el tema en la agenda de la Conferencia. Las proyecciones inmediatas son que este “Acuerdo de Financiamiento para responder a las pérdidas y daños” apoyará la adaptación al cambio climático de los países más pobres y vulnerables; además se identificarán nuevas formas de financiamiento, apuntando a darle una gobernanza para que los compromisos de las naciones ricas, como en acuerdos previos, no sean evitados ni que los fondos fluyan hacia naciones como China o países de altos ingresos. Esta situación ha generado criticas respecto a quién pagará y cómo se definirán a los receptores de este apoyo. Ahora bien, el acuerdo también incluye una agenda para elaborar un primer borrador, el cual debe votarse en el 2023. ¿Muy tarde? Probablemente. Pero, la falta de urgencia es un problema estructural de nuestros lideres políticos a nivel global, los cuales siempre llegan atrasados a los procesos de cambios que movilizan a las comunidades y a los ciudadanos en general. Esperemos que este nuevo compromiso no tenga los sabores de un deja vu y que pronto veamos los apoyos y resultados esperados. Recordemos que este acuerdo se enmarca dentro del Objetivo de Desarrollo Sostenible No. 17, en tanto, fortalecer las alianzas para enfrentar los desafíos del cambio climático, y desde ahí abordar dimensiones humanas prioritarias como la pobreza, el hambre, la salud y bienestar, el clima y los ecosistemas naturales, entre otros. Es decir, toda la transformación socio-ecológica que se requiere para reducir, en definitiva, nuestra dependencia del combustible fósil y las consecuentes emisiones de dióxido de carbono. Un foco crítico que, lamentablemente, se vio debilitado en esta COP27.